El cuidador del manantial
Al difunto Peter Marshall -elocuente orador y durante muchos años el capellán del Senado de Estados Un¡dos, le encantaba contar el cuento de "El cuidador del Manantial", un tranquilo habitante de la foresta que vivía en las alturas de una aldea austríaca situada en la ladera oriental de los Alpes. El viejo caballero había sido contratado muchos años antes por un joven concejo municipal para limpiar los desechos que cayeran en las pozas que el agua formaba en las grietas de la montaña, que alimentaban la hermosa corriente de agua que fluía a través del pueblo. Con fiel y silenciosa regularidad, patrullaba las colinas, sacaba las hojas y ramas, y quitaba el sedimento de lodo que de otra forma hubiera atascado y contaminado la fresca corriente de agua. Poco a poco el pueblo se volvió una atracción popular para vacacionistas. Elegantes cisnes flotaban a lo largo del cristalino manantial, las ruedas de los molinos de varios negocios establecidos cerca del agua daban vueltas día y noche, las tierras de labranzas se irrigaban naturalmente, y la vista de los restaurantes era más pintoresca de lo que pudiera describirse.
Pasaron los años. Una tarde el concejo del pueblo se reunió para su asamblea semi anual. Mientras revisaban el presupuesto, uno de ellos se fijó en la cifra del salario que se le pagaba al oscuro cuidador del manantial. El que cuidaba la bolsa preguntó: -¿Quién es este viejo? ¿por qué lo retenemos año tras año? Nadie nunca lo ve. Hasta donde sabemos, este extraño guardia de las colinas no nos rinde ningún beneficio. ¡Ya no se le necesita!
Por voto unánime, prescindieron de los servicios del viejo.
Durante muchas semanas nada cambió. Para principios del otoño, los árboles empezaron a dejar caer sus hojas. Pequeñas ramitas se quebraron y cayeron dentro de las pozas, obstaculizando el fluir del agua. Un mediodía alguien notó un ligero color amarillo oscuro en el manantial. Un par de días más tarde el agua estaba mucho más oscura. En menos de una semana, las orillas del río estaban cubiertas de una película pegajosa y pronto se sentía un olor nauseabundo. Las ruedas de los molinos se movían más lentas, hasta que algunas se detuvieron. Los cisnes se fueron, al igual que los turistas. Las garras de la enfermedad y la epidemia se clavaron hondo en la aldea.
A toda prisa, el turbado concejo convocó a una reunión especial. Dándose cuenta de su craso error de juicio, contrataron de nuevo al viejo cuidador del manantial... y en pocas semanas un verdadero río de vida comenzó a despejarse. La ruedas empezaron a dar vueltas, y una nueva vida regresó de nuevo a la aldehuela de los Alpes.
Aunque sea una fantasía, el cuento es más que un relato vano. Proporciona una analogía vívida e importante relacionada directamente a los tiempos en que vivimos. Lo que el cuidador del manantial significaba para la aldea, significan los siervos cristianos para nuestro mundo. El sabor y el poder de preservar de un puñado de sal, mezclado con el esperanzador rayo de luz que ilumina puede parecer débil e inútil... Pero ¡Dios salve a cualquier sociedad que intente existir sin ellos! Como ves, la aldea sin el Cuidador del Manantial es una perfecta representación del sistema mundial sin la sal y la luz.
Charles Swindoll
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