IGLESIA EVANGÉLICA Y LA MUJER
:¿Cuál es la situación en el contexto evangélico latinoamericano en cuanto a la igualdad de género y el papel responsabilidad real que se concede a las mujeres? Planteamos el interrogante a la teóloga argentina Nancy Elizabeth Bedford, profesora de Teología Aplicada en la cátedra Georgia Harkness del seminario metodista Garrett-Evangelical, en Chicago, Estados Unidos, y Profesora Extraordinaria No Residente del Instituto Universitario ISEDET de Buenos Aires. Se congrega en una iglesia menonita.
“Se trata de una pregunta complicada que no tiene una respuesta sencilla. Lo primero que hay que recordar es que el evangelio de Jesús desde el principio fue una buena noticia para muchas mujeres. Algunos de los primeros testimonios históricos que tenemos acerca del movimiento de Jesús en las primeras décadas del cristianismo, por ejemplo, hablan de la participación de mujeres esclavas como líderes en las iglesias. Esto era algo que llamaba la atención desde los círculos paganos. La convicción de que ‘en Cristo ya no hay ni varón ni mujer’ (Gálatas 3:28) tuvo un gran impacto entre los seguidores de Jesús y lo sigue teniendo: donde llega el evangelio también llega la buena noticia de que las mujeres somos ciudadanas de primera del reino de Dios”, respondió Bedford.
Sin embargo, la situación de desigualdad no está resuelta. “Esta buena noticia para las mujeres –acotó la teóloga- ha coexistido desde el principio con la convicción de que las mujeres deben someterse a los varones ‘por ahora’, y que la igualdad es una promesa escatológica que se cumplirá recién más adelante, cuando el reino sea consumado: por ahora conviene que las mujeres “aprendan en silencio” y no molesten demasiado. Ambas tendencias, el movimiento hacia la igualdad entre varones y mujeres, y el movimiento hacia la subordinación temporal de las mujeres a los varones, coexisten en las Escrituras, por ejemplo en los escritos paulinos. Nos compete como seguidoras y seguidores de Jesús tratar de discernir cuál es la manera más fiel de proseguir en los pasos de nuestro Maestro con la ayuda del Espíritu Santo: ¿Que las mujeres nos callemos y nos sometamos? ¿O que nos expresemos desde la igualdad? ¿Que nos salvemos pariendo hijos y dedicándonos al ámbito doméstico? ¿O que nos involucremos de acuerdo a nuestras capacidades y dones en todos los ámbitos sociales?”.
AMÉRICA LATINA
Centrando la reflexión en América Latina, Bedford expresó que “lo que vemos es un panorama mixto”. A continuación analizó la cuestión desde una perspectiva sociológica. “No resulta difícil descubrir lo que los sociólogos de la religión denominan ‘la paradoja de género pentecostal’, que aparece no solamente entre los pentecostales, sino en todo el ámbito evangélico: en las parejas heterosexuales donde existe una conversión de ambos a la fe evangélica, los varones suelen superar el alcoholismo y el tabaquismo, dejar de tener relaciones con múltiples parejas y se integran más al ámbito doméstico. Esto suele tener consecuencias positivas para las mujeres de la familia”.
Sin embargo –señaló- el fenómeno tiene sus límites. “Suele existir también una barrera, muchas veces implícita, que la mujer no debe franquear, y que tiene que ver con el poder de un paternalismo aparentemente benigno. Si las mujeres cuestionan demasiado los contornos de ese paternalismo, el esquema de poder muestra su rostro menos benigno: las mujeres en cuestión son acusadas de sobrepasarse, de desubicarse, de no ser femeninas, y de tener que aprender a bajar la cabeza. Si están casadas, sus esposos caen bajo la sospecha de “falderos” o de sometidos. En otras palabras, las mujeres pueden ejercer sus dones espirituales en la medida que no cuestionen el pacto patriarcal, sacralizado por algunos versículos bíblicos y por un bagaje cultural sexista que naturaliza la desigualdad. No es inusual que el liderazgo pastoral de una congregación mire al costado si hay violencia doméstica bajo la convicción de que las mujeres deben aprender a ser humildes y a ubicarse”.
Nancy Bedford acotó a continuación: “Lo que surge, entonces, es que el evangelio suele llevar a que las mujeres se instruyan, aprendan a interpretar textos, oren, canten o hasta prediquen en público y en general asuman papeles en las iglesias evangélicas que las preparan para destacarse en muchos ámbitos de la sociedad, dentro y fuera de la iglesia. Al mismo tiempo, reciben el mensaje de que deben someterse a las autoridades masculinas familiares y eclesiales y que no deben sobrepasarse ni cuestionar demasiado las estructuras de poder paternalistas y/o patriarcales, so pena de ser desacreditadas dentro de una comunidad con la que se identifican profundamente. Cuál pueda ser ese límite a no franquear depende del momento histórico y de la congregación”.
A modo de conclusión, la teóloga expresó que “Lo difícil para las mujeres evangélicas es que el ejercicio pleno de su vocación y de sus dones dependa del beneplácito de una estructural paternalista, cuando pareciera que la interpretación más integral y cabal del evangelio apunta a otra cosa: a que en Cristo se disuelven todas las jerarquías, tengan que ver con la raza, la clase social, el sexo o el género”.
INTERROGANTES
Nancy Bedford es autora de varios libros, entre ellos La porfía de la resurrección (Editorial Kairós), en el cual se refiere en forma autocrítica a su propio silencio frente al sentido común fariseo: “¿Alguna vez habré escuchado en la iglesia que se orara para que cesara el pecado que lleva a que por lo menos una de cada tres mujeres en todo el mundo sea violentada sexualmente o golpeada brutalmente en algún momento de su vida? ¿Yo alguna vez saqué el tema desde el púlpito, alguna de las veces que me lo pasaron? Creo que no” (pág. 33).
La porfía de la resurrección es una invitación a descubrir la fe en el triunfo del amor por sobre el odio, de la vida por sobre la muerte, de la creación amorosa de Dios por sobre la nada: esa fe nos va fortaleciendo la rebeldía ante las múltiples opresiones de las que sufrimos, pero también nos empuja a la conversión ante nuestras complicidades con la opresión, nos da hambre y sed de la justicia de Dios, nos vuelve porfiadas y porfiados ante el mal y alegres en nuestro caminar en el Espíritu.
Queda planteado un interrogante: ¿Qué actitud tenemos los evangélicos respecto a las mujeres que sufren violencia doméstica, a las que son mutiladas en cumplimiento de atavismo ancestrales, a las refugiadas, a las marginadas en su propia comunidad, a las víctimas de la trata de personas, a las que son explotadas…? ¿Hacia dónde estamos mirando? A decir verdad, solemos recordar a las viudas, pero nos cuesta mucho mirar a otras mujeres en situación vulnerable, dramática, injusta, que son millones en todo el mundo.
:¿Cuál es la situación en el contexto evangélico latinoamericano en cuanto a la igualdad de género y el papel responsabilidad real que se concede a las mujeres? Planteamos el interrogante a la teóloga argentina Nancy Elizabeth Bedford, profesora de Teología Aplicada en la cátedra Georgia Harkness del seminario metodista Garrett-Evangelical, en Chicago, Estados Unidos, y Profesora Extraordinaria No Residente del Instituto Universitario ISEDET de Buenos Aires. Se congrega en una iglesia menonita.
“Se trata de una pregunta complicada que no tiene una respuesta sencilla. Lo primero que hay que recordar es que el evangelio de Jesús desde el principio fue una buena noticia para muchas mujeres. Algunos de los primeros testimonios históricos que tenemos acerca del movimiento de Jesús en las primeras décadas del cristianismo, por ejemplo, hablan de la participación de mujeres esclavas como líderes en las iglesias. Esto era algo que llamaba la atención desde los círculos paganos. La convicción de que ‘en Cristo ya no hay ni varón ni mujer’ (Gálatas 3:28) tuvo un gran impacto entre los seguidores de Jesús y lo sigue teniendo: donde llega el evangelio también llega la buena noticia de que las mujeres somos ciudadanas de primera del reino de Dios”, respondió Bedford.
Sin embargo, la situación de desigualdad no está resuelta. “Esta buena noticia para las mujeres –acotó la teóloga- ha coexistido desde el principio con la convicción de que las mujeres deben someterse a los varones ‘por ahora’, y que la igualdad es una promesa escatológica que se cumplirá recién más adelante, cuando el reino sea consumado: por ahora conviene que las mujeres “aprendan en silencio” y no molesten demasiado. Ambas tendencias, el movimiento hacia la igualdad entre varones y mujeres, y el movimiento hacia la subordinación temporal de las mujeres a los varones, coexisten en las Escrituras, por ejemplo en los escritos paulinos. Nos compete como seguidoras y seguidores de Jesús tratar de discernir cuál es la manera más fiel de proseguir en los pasos de nuestro Maestro con la ayuda del Espíritu Santo: ¿Que las mujeres nos callemos y nos sometamos? ¿O que nos expresemos desde la igualdad? ¿Que nos salvemos pariendo hijos y dedicándonos al ámbito doméstico? ¿O que nos involucremos de acuerdo a nuestras capacidades y dones en todos los ámbitos sociales?”.
AMÉRICA LATINA
Centrando la reflexión en América Latina, Bedford expresó que “lo que vemos es un panorama mixto”. A continuación analizó la cuestión desde una perspectiva sociológica. “No resulta difícil descubrir lo que los sociólogos de la religión denominan ‘la paradoja de género pentecostal’, que aparece no solamente entre los pentecostales, sino en todo el ámbito evangélico: en las parejas heterosexuales donde existe una conversión de ambos a la fe evangélica, los varones suelen superar el alcoholismo y el tabaquismo, dejar de tener relaciones con múltiples parejas y se integran más al ámbito doméstico. Esto suele tener consecuencias positivas para las mujeres de la familia”.
Sin embargo –señaló- el fenómeno tiene sus límites. “Suele existir también una barrera, muchas veces implícita, que la mujer no debe franquear, y que tiene que ver con el poder de un paternalismo aparentemente benigno. Si las mujeres cuestionan demasiado los contornos de ese paternalismo, el esquema de poder muestra su rostro menos benigno: las mujeres en cuestión son acusadas de sobrepasarse, de desubicarse, de no ser femeninas, y de tener que aprender a bajar la cabeza. Si están casadas, sus esposos caen bajo la sospecha de “falderos” o de sometidos. En otras palabras, las mujeres pueden ejercer sus dones espirituales en la medida que no cuestionen el pacto patriarcal, sacralizado por algunos versículos bíblicos y por un bagaje cultural sexista que naturaliza la desigualdad. No es inusual que el liderazgo pastoral de una congregación mire al costado si hay violencia doméstica bajo la convicción de que las mujeres deben aprender a ser humildes y a ubicarse”.
Nancy Bedford acotó a continuación: “Lo que surge, entonces, es que el evangelio suele llevar a que las mujeres se instruyan, aprendan a interpretar textos, oren, canten o hasta prediquen en público y en general asuman papeles en las iglesias evangélicas que las preparan para destacarse en muchos ámbitos de la sociedad, dentro y fuera de la iglesia. Al mismo tiempo, reciben el mensaje de que deben someterse a las autoridades masculinas familiares y eclesiales y que no deben sobrepasarse ni cuestionar demasiado las estructuras de poder paternalistas y/o patriarcales, so pena de ser desacreditadas dentro de una comunidad con la que se identifican profundamente. Cuál pueda ser ese límite a no franquear depende del momento histórico y de la congregación”.
A modo de conclusión, la teóloga expresó que “Lo difícil para las mujeres evangélicas es que el ejercicio pleno de su vocación y de sus dones dependa del beneplácito de una estructural paternalista, cuando pareciera que la interpretación más integral y cabal del evangelio apunta a otra cosa: a que en Cristo se disuelven todas las jerarquías, tengan que ver con la raza, la clase social, el sexo o el género”.
INTERROGANTES
Nancy Bedford es autora de varios libros, entre ellos La porfía de la resurrección (Editorial Kairós), en el cual se refiere en forma autocrítica a su propio silencio frente al sentido común fariseo: “¿Alguna vez habré escuchado en la iglesia que se orara para que cesara el pecado que lleva a que por lo menos una de cada tres mujeres en todo el mundo sea violentada sexualmente o golpeada brutalmente en algún momento de su vida? ¿Yo alguna vez saqué el tema desde el púlpito, alguna de las veces que me lo pasaron? Creo que no” (pág. 33).
La porfía de la resurrección es una invitación a descubrir la fe en el triunfo del amor por sobre el odio, de la vida por sobre la muerte, de la creación amorosa de Dios por sobre la nada: esa fe nos va fortaleciendo la rebeldía ante las múltiples opresiones de las que sufrimos, pero también nos empuja a la conversión ante nuestras complicidades con la opresión, nos da hambre y sed de la justicia de Dios, nos vuelve porfiadas y porfiados ante el mal y alegres en nuestro caminar en el Espíritu.
Queda planteado un interrogante: ¿Qué actitud tenemos los evangélicos respecto a las mujeres que sufren violencia doméstica, a las que son mutiladas en cumplimiento de atavismo ancestrales, a las refugiadas, a las marginadas en su propia comunidad, a las víctimas de la trata de personas, a las que son explotadas…? ¿Hacia dónde estamos mirando? A decir verdad, solemos recordar a las viudas, pero nos cuesta mucho mirar a otras mujeres en situación vulnerable, dramática, injusta, que son millones en todo el mundo.
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