Me encanta esta frase de Wathman Nee, especialmente conociendo lo que le tocó vivir. Cuando los comunistas asumieron el control de China, Nee llevaba más de veinte años desarrollando un asombroso ministerio en aquel país. Había sufrida intensa oposición, cuestionamientos y adversidades a lo largo de esos años. En un viaje, tuvo la oportunidad de radicarse en EE.UU., asegurando que su ministerio continuara creciendo. No obstante, Nee entendió que su lugar era con la Iglesia a quien había servido durante tanto tiempo, aunque sabía que se venían tiempos de severa persecución.
Fue arrestado en 1952 y sentenciado, en 1956, a quince años de trabajo forzoso en un campo de concentración. Cuando estaba por recuperar la libertad, volvieron a sentenciarlo a diez años más. Murió, solo, en 1972 sin haber vuelto a disfrutar de la libertad. No obstante, su vida ha sido de inspiración a millones de cristianos alrededor del mundo, como también a la Iglesia secreta en su propio país.
Nee entendía que el sufrimiento y el ministerio son dos realidades que no pueden ser separadas. Al igual que el Hijo del Hombre, puso su rostro como pedernal y avanzó con paso firme en el ministerio que Dios le había confiado (Is 50.7). Mientras trabajaba la tierra sembrando el evangelio de la paz, se secaba las lágrimas que resultaban de las aflicciones que le llegaron como consecuencia de su fidelidad. Nos recuerda que podemos estar ocupados en el ministerio mientras pasamos momentos de angustia por causa del mismo trabajo que realizamos. Lo uno no quita lo otro. Lo importante, es no quitar la mano del arado y volver atrás.
Fue arrestado en 1952 y sentenciado, en 1956, a quince años de trabajo forzoso en un campo de concentración. Cuando estaba por recuperar la libertad, volvieron a sentenciarlo a diez años más. Murió, solo, en 1972 sin haber vuelto a disfrutar de la libertad. No obstante, su vida ha sido de inspiración a millones de cristianos alrededor del mundo, como también a la Iglesia secreta en su propio país.
Nee entendía que el sufrimiento y el ministerio son dos realidades que no pueden ser separadas. Al igual que el Hijo del Hombre, puso su rostro como pedernal y avanzó con paso firme en el ministerio que Dios le había confiado (Is 50.7). Mientras trabajaba la tierra sembrando el evangelio de la paz, se secaba las lágrimas que resultaban de las aflicciones que le llegaron como consecuencia de su fidelidad. Nos recuerda que podemos estar ocupados en el ministerio mientras pasamos momentos de angustia por causa del mismo trabajo que realizamos. Lo uno no quita lo otro. Lo importante, es no quitar la mano del arado y volver atrás.
Fuente: Desarrollo Cristiano
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