Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.
Hace “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad. ¡El ferviente compromiso del Señor de los Ejércitos Celestiales hará que esto suceda!”
Ahora la humanidad podía tocar y hablar directamente con Dios utilizando un lenguaje humano, ahora era posible un abrazo con Dios mismo en sus mismas condiciones. Sin embargo; este acercamiento se limitó a una parte de su pueblo escogido, la mayoría de nosotros los gentiles no tuvimos el privilegio de cruzar palabra con Él, ni de darnos un abrazo. Pero ahora Dios estaba más cerca de su pueblo sin la limitación de la gloria que cubrió el Tabernáculo y el Templo. “Entonces Jesús volvió a gritar y entregó su espíritu. En ese momento, la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”. (Mateo 27:50-51)
Él vino a vivir nuestra vida, a sufrir nuestros dolores y a gozarse con las circunstancias que nos hacen reír. Pero a su debido tiempo el hombre Jesús murió dejando en la cruz y en la tumba toda la maldad que impedía acercarnos a la shekina que llenaba el lugar santísimo; para volver a la vida y preparar el acercamiento final: preparar la ceremonia de bodas más memorable de la eternidad.
Aunque Dios en la persona de Jesús convivió con sus Hijos Amados, también estuvo limitado a un pueblo, en un lugar específico; pero la historia no termina ahí, los planes de Dios son extensos, por tanto, no se podía limitar al tiempo y al espacio ya que Él cubre y llena toda la creación.
Cincuenta días después de la resurrección de Jesús, Dios encarna nuevamente pero no en un solo hombre, sino en toda la humanidad, y en la manifestación más plena de su amor, espera a que sus Hijos Amados estén en condiciones de aceptarlo, porque Él no fuerza a nadie a aceptar su amor; pero gracias a la acción del Espíritu santo, muchos hemos creído y le hemos dado el sí a ese amor tan inmenso que llena todo el universo, ahora Dios vive en nosotros. Y mientras estemos en estos cuerpos físicos, disfrutaremos de un noviazgo con el Dios Creador de todo lo que existe, visible e invisible y compartiendo sus planes para el día de la boda.
Ya tenemos la invitación, ya contamos con el traje para asistir a la ceremonia y ya estamos seguros de su amor; así que, como todo enamorado, tanto Él como nosotros vivimos en el gozo de saber que mañana seremos y viviremos un matrimonio eterno, siendo uno solo con el Dios Todopoderoso, quien nos ha sabido enamorar y cortejar a través de la historia, hasta culminar con ese gran día:“Entonces volví a oír algo que parecía el grito de una inmensa multitud o el rugido de enormes olas del mar o el estruendo de un potente trueno, que decían: «¡Alabado sea el Señor! Pues el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. Alegrémonos y llenémonos de gozo y démosle honor a él, porque el tiempo ha llegado para la boda del Cordero, y su novia se ha preparado. A ella se le ha concedido vestirse del lino blanco y puro de la más alta calidad». Pues el lino de la más alta calidad representa las buenas acciones del pueblo santo de Dios. Y el ángel me dijo: «Escribe esto: benditos son los que están invitados a la cena de la boda del Cordero —y añadió—. Estas son palabras verdaderas que provienen de Dios»”. (Apocalipsis 19:6-9)
Esta es la culminación del enamoramiento más sublime y excelso a través de la historia; un acercamiento sin prisa y con paciencia, sabedor de que, al final, el amor es el que triunfa.
Después de la ceremonia de bodas, nos espera una vida matrimonial llena de ese amor que trasciende las fronteras y que nuestra mente humana no es capaz de entenderlo porque se debe discernir en el Espíritu.
Esta historia de amor es por demás sublime y eterna, contenida en Jesucristo, el hombre encarnado que llegó a esta tierra en un día y momento de la historia pero que su propósito trasciende el tiempo y el espacio, llevándonos a los humanos a alturas insospechadas, porque Él es el misterio de Dios, a través del cual nos ha trasladado a su reino y a su gloria sin que los efectos del pecado impidan sus planes porque Dios es más grande que todo cuanto existe.
Esta verdad trascendental es la que estaremos celebrando en esta navidad porque “… nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad. ¡El ferviente compromiso del Señor de los Ejércitos Celestiales hará que esto suceda!” (Isaías 9:6-7)
En el Espíritu, estaremos proclamando esta verdad, en la euforia del gozo de saber que el amor de Dios nos ha llenado y sanado para poder convivir la misma gloria del Dios Todopoderoso. Que en la cena o en el momento de compartir los regalos en esta navidad, demos gracias a Dios enamorados por el hecho de que quien es amor llena la creación y nos introduce a la misma presencia del Todopoderoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario