Por José González
“Allegaos a Dios, y el se allegara a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doble animo, purificad los corazones.” “Santiago 4: 8.).
“Acércate,’ dijo suavemente.
Nos acercamos a El y El se acerca a nosotros, ‘más algunas cosas se aflojan” (algunas) actitudes cambian.
No es un grito, una luz brillante o un ángel en su esplendor, solamente una voz suave y profunda, muy profunda en el interior.
Es tiempo de matar y decapitar a Goliat. Probablemente hemos matado a nuestros osos y arrancado la quijada del león. Probablemente hemos cantado los cantos y los salmos de David. Nos hemos regocijado y hemos vivido en cierta dimensión de bendición y de victoria. No obstante, se que hay gigantes que todavía están rodeando, burlando y retando a algunos corazones. Raíces de amargura, envidia, lascivia y contienda extendiendo sus horribles retoños y ahogando la espiritualidad de nuestros corazones y servicios. Porque el conducto esta parcialmente tapado, el espíritu chispea y no fluye. La gloria gotea en lugar de salir como torrente de bendición para nosotros y nuestra familia. La adoración se seca. La convicción se erosiona. Quitamos nuestros ojos del maestro y lo ponemos en nosotros y en nuestros problemas. Nos distraemos, nos sentimos confundidos, desorientados y perdidos. Fríos, o hasta peor, nos convertimos en tibios. Nos escondemos con los hermanos de Saúl y David y el resto del ejército mientras Goliat se burla.
¿Dónde están los milagros? ¿Dónde están las oraciones contestadas? ¿Dónde esta la gloria? ¿No hay uno que salga y me enfrente? Dice el enemigo.
Hermano(as) no reacciona a la burla del enemigo, nosotros respondemos a la invitación de Dios. Su convocatoria ha sido enviada, la puerta del tabernáculo esta abierta y la cortina del lugar santísimo ha sido movida. Es nuestra temporada de acercarnos y entrar a una dimensión nunca antes experimentada en nuestro caminar.
AHORA
Preparemos nuestros corazones y cuerpos.
Tornemos “nuestro rostro hacia Jerusalén”.
Preparemos “el silicio y las cenizas”.
Que los ministros lloren entre la puerta y el altar.
Que la iglesia, “si la iglesia” se arrepienta delante del Señor.
Finalmente, estaré extremadamente animado si muchos me informan que sienten el llamamiento de Dios a unirse a esta temporada de acercamiento; y están exactamente correctos. Yo soy solamente el mensajero, el que les entrega la invitación. Es Dios quien llama y diciendo; “Si ustedes vienen, Yo seré fiel a mi palabra".
Nunca volveremos a ser los mismos. Nunca. O SEñOR, ¡MUESTRANOS TU GLORIA!
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