La Navidad, tal y como la conocemos hoy en nuestro mundo occidental, se ha convertido en algo más que extravagante. Nada tiene que ver con los humildes orígenes del niño Jesús en Belén, con todo el recorrido de lo que fue Su vida, constantemente orientada a cumplir en Su propia carne el plan de salvación del Padre para un mundo perdido, para ti y para mí en definitiva. El camino, la verdad y la vida se encontraban en aquel niño y sigue siendo así, por más que prefiramos mirar para otro lado. La Navidad ha dejado de ser una fiesta en la que hemos dejado de recordarle a Él y sólo nos miramos a nosotros, intentando “pedirnos” permanentemente cantidad de inutilidades con el interés de llenarnos la vida. Eso, simplemente, nunca pasará, porque la felicidad no se encuentra ahí. Sólo la profunda insatisfacción de comprobar una y otra vez que por más que se posea, los medios materiales no dan la felicidad y, a veces, en contra de la creencia popular tan extendida, ni siquiera ayudan a acercarse a ella.
Conocer a Jesús, creer en Su plan de salvación para nosotros y ponerle como centro de nuestras vidas tiene un coste, pero también trae verdadera felicidad en momentos duros y críticos como muchos viven también en esas fechas. Un mundo cuya felicidad se debe a lo que puedes comprar y poseer, a lo que puedes “pedirte” en definitiva, será siempre un mundo de desigualdades que quizá haga creer a unos pocos que son felices, pero que tendrá que reconocer que buena parte de su población por esos medios no podrá serlo. Pero es que, en el fondo, la parte más privilegiada económicamente tampoco lo es por esa misma razón. Si no, ¿cómo es posible que males como la depresión o la ansiedad sean característicos, principalmente, de este primer mundo nuestro, en el que tanta abundancia tenemos en comparación con el tercer mundo?
Piénsalo bien. Si vas a pedirte algo esta Navidad, asegúrate de que sea algo que te haga feliz. Acude al catálogo de promesas que Dios trae a tu vida y vívelas intensamente. Hazlas tuyas, independientemente de cuáles sean tus circunstancias personales, económicas, laborales… Porque a tantos, incluso estando en aflicción, en dolor de espíritu, en enfermedad, en persecución o hasta en la cárcel, esas promesas y Su dador les llenaron el corazón de calidez y felicidad en los momentos más duros.
Autores: Lidia Martín Torralba
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