Muchos caen en fatalismo, la pereza e la inactividad, tras el disfraz de la resignación a la voluntad de Dios, pero El Señor nos enseña en las Escrituras, que esto sólo es obra del desconocimiento de Sus propósitos. Como afirmó el Apóstol Pablo: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos. No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo.” (1 Corintios 15:32-34). El decreto de Dios y Su providencia no se detendrán, pero eso no obvia nuestra responsabilidad y la capacidad que Dios ha dado a Sus hijos para perseverar haciendo el bien.
Según William Barclay, la perseverancia de que nos habla la Escritura, “no es la paciencia del que se sienta y agacha la cabeza con derrotismo, presto a soportar hasta que pase la tormenta que se avecina sobre él. Es el espíritu que puede sobrellevar las cargas por su esperanza inflamada, no por simple resignación; no es el espíritu del que se sienta donde le pilla la tragedia, dispuesto a soportar estáticamente, sino el que conlleva la adversidad porque sabe que está siguiendo un camino que conduce a la gloria; no es la paciencia del que aguarda ceñudamente el fin, sino del que espera radiantemente un nuevo y mejor amanecer. Esta clase de paciencia, fruto de la esperanza, ha sido llamada "constancia viril bajo la desgracia". Es la virtud que puede transmutar en gloria a la desgracia más grande, porque, más allá del dolor, ve la meta. George Matheson, que quedó ciego y fracasó en amores, escribió una oración en la que confiesa que todavía le quedaban fuerzas para aceptar la voluntad de Dios, "no con muda resignación, sino con santo gozo; no sólo sin murmurar, sino con un cántico de alabanza".”
No hay comentarios:
Publicar un comentario