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Si estos pensamientos y estas palabras son oportunas, reflexione sobre ellas y, con la ayuda del Espíritu Santo, actúe con conciencia. Creo de todo corazón que son el mapa de carreteras digno de confianza para llegar a su vida y su familia.

jueves, 30 de septiembre de 2010

PERSEVERANCIA

Muchos caen en fatalismo, la pereza e la inactividad, tras el disfraz de la resignación a la voluntad de Dios, pero El Señor nos enseña en las Escrituras, que esto sólo es obra del desconocimiento de Sus propósitos. Como afirmó el Apóstol Pablo: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras,  ¿qué me aprovecha?  Si los muertos no resucitan,  comamos y bebamos,  porque mañana moriremos. No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente,  y no pequéis;  porque algunos no conocen a Dios;  para vergüenza vuestra lo digo.” (1 Corintios 15:32-34).  El decreto de Dios y Su providencia no se detendrán, pero eso no obvia nuestra responsabilidad y la capacidad que Dios ha dado a Sus hijos para perseverar haciendo el bien.
Según William Barclay, la perseverancia de que nos habla la Escritura, “no es la paciencia del que se sienta y agacha la cabeza con derrotismo, presto a soportar hasta que pase la tormenta que se avecina sobre él. Es el espíritu que puede sobrellevar las cargas por su esperanza inflamada, no por simple resignación; no es el espíritu del que se sienta donde le pilla la tragedia, dispuesto a soportar estáticamente, sino el que conlleva la adversidad porque sabe que está siguiendo un camino que conduce a la gloria; no es la paciencia del que aguarda ceñudamente el fin, sino del que espera radiantemente un nuevo y mejor amanecer. Esta clase de paciencia, fruto de la esperanza, ha sido llamada "constancia viril bajo la desgracia". Es la virtud que puede transmutar en gloria a la desgracia más grande, porque, más allá del dolor, ve la meta. George Matheson, que quedó ciego y fracasó en amores, escribió una oración en la que confiesa que todavía le quedaban fuerzas para aceptar la voluntad de Dios, "no con muda resignación, sino con santo gozo; no sólo sin murmurar, sino con un cántico de alabanza".”

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