Jesús no sólo nos dijo que la muerte no tenía que atemorizarnos, sino que era una puerta hacia la eternidad
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias
de los que durmieron es hecho” 1 Corintios 15:20.”Yo soy el primero y el
último, y el que vivo y estuve muerto; más he aquí que vivo por los
siglos de los siglos”. Apocalipsis 1:17– 18. Creemos en la resurrección de Jesucristo. Es un aspecto fundamental de nuestra fe, un principio supremo en toda la experiencia cristiana. Creemos en un Señor vivo que es Dios de vivos. Esta realidad envuelve a los creyentes totalmente. Jesucristo es el único que ha recibido la autoridad de Dios Padre y ha sido investido de soberanía, tanto en los cielos como en la tierra. Por ello tiene la preeminencia absoluta sobre todo lo creado. No hay otro nombre dado a los hombres. Jesucristo es el Señor.
Cristo es el Hijo eterno de Dios. En su encarnación como Jesús de Nazaret fue concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María. Jesús reveló y cumplió plenamente la voluntad del Padre. Se hizo completamente hombre, mas nunca cometió pecado. Honró la ley divina con su obediencia personal, y con su muerte en la cruz proveyó la redención del hombre. Fue levantado de entre los muertos con un cuerpo glorificado y apareció a sus discípulos como la persona que estaba con ellos antes de ser crucificado. Resucitó y ascendió a los cielos y ahora está exaltado a la diestra de Dios el Padre, siendo el único Mediador entre Dios y los hombres, ya que tiene naturaleza divina y humana. Jesucristo volverá con poder y gloria para juzgar al mundo y para finalizar su misión redentora.
Se trata de un Alguien que ha condicionado profundamente las conciencias de centenares de millones de personas que han creído y creen en Él y en su mensaje, de Alguien que ha cambiado muchas vidas y les ha dado un nuevo sentido.
Han pasado casi 2000 años y hoy sigue siendo la figura central de la raza humana. Como diría un escritor “si juntáramos todos los ejércitos que han existido, todas las fuerzas navales que han surcado los mares, todos los Parlamentos que han deliberado y todos los reyes que han reinado veríamos que ni siquiera todos ellos juntos afectarían la vida de los hombres y mujeres de este planeta como lo ha hecho Jesucristo”.
La persona y la obra de Jesucristo y su resurrección constituyen el centro del cristianismo y su esencia fundamental.
A diferencias de otras religiones e ideologías, lo más importante del cristianismo no son las enseñanzas (con serlo) del fundador, sino la persona misma, lo que fue, lo que dijo y lo que hizo. Y lo que es.
A ese Jesús que no probó racionalmente cómo es que el dolor y el sufrimiento pueden resultar compatibles con el amor de Dios, sino que tomó sobre sí mismo en la cruz, de manera voluntaria, todo aquello que estaba en oposición al amor de Dios y por medio de su dolor y sufrimiento mostró el amor mismo de Dios.
No sólo nos dijo que la muerte no tenía que atemorizarnos, sino que era una puerta hacia la eternidad. Y Él mismo resucitó de entre los muertos y su tumba vacía refleja una luz de seguridad y esperanza.
Que Jesús sea el centro de esta Iglesia, de cada mujer y hombre que la componen, a fin de renovar nuestro compromiso y fidelidad en proclamar el Evangelio como testigos de Jesucristo, viviendo como es digno y se espera de los discípulos seguidores del Maestro (Colosenses 3: 1-4) en un mundo tan necesitado hoy, como siempre, de Aquel que es la luz del mundo, vida y respuesta de los anhelos del ser humano.
Los métodos y formas podrán cambiar, pero no nuestro mensaje: PREDICAMOS A CRISTO CRUCIFICADO Y RESUCITADO. Autores: Manuel Sarrias
©Protestante Digital 2013
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