Por Tim Challies
Siempre me ha gustado el Salmo 1, el prólogo perfecto para la colección perfecta de canciones. Aquí David escribe acerca de la bendición del hombre, el hombre feliz, y lo describe como el hombre que se deleita en la ley de Dios y que medita en él de día y de noche. Existen estas dos expresiones de amor: el placer y la meditación, el gozo y el tiempo.
El mismo David fue un hombre que se deleitaba en la
ley de Dios y que meditaba en él de día y de noche. En el Salmo 119 el
podía decir “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Es mi meditación todo el día.”
En el Salmo 63 declararía al Señor “Cuando me acuerde de ti en mi lecho,
Cuando medite en ti en las vigilias de la noche.” Él era un hombre que
amaba al Señor y por lo tanto un hombre a quien le gustaba pasar tiempo
con el Señor, meditando en la Palabra de Dios. Meditar en Dios alimentó
su deleite y placer que le llevó a una meditación más y más grande. Qué
fue primero y que segundo? Poco importa. Los dos trabajan mano a mano.
Amar lo es pasar tiempo con él y pasar tiempo con él es amarlo cada vez
más.
Cuando mi amor por el Señor comienza a enfriarse, yo
casi siempre encuentro que no he estado pasando tiempo con él en su
Palabra. Cuando no he estado pasando tiempo con él en su Palabra, me
encuentro con que mi amor se ha enfriado, o entibiado, por lo menos.
No puedo amar a mi esposa sin tener que pasar tiempo
con ella y no puedo pasar tiempo con ella sin amarla más. Y casi de la
misma manera que meditar en la Palabra de Dios no es sólo el resultado
de deleitarse en él, sino también la causa de ese deleite. La lección,
la aplicación, es clara: Cuando usted encuentra que su amor se ha
enfriado, medite y el deleitar lo seguirá. Deleitese y usted meditara
aún más.
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