Un territorio de dolor(*) donde encontramos el pasado sin remisión, el pozo oscuro del cual hemos sido liberados recibiendo como recompensa una vida bajo el mismo techo que el rey, un refugio en su palacio.
Cuando tullidos fuimos arrastrados hasta allí, creímos que nunca saldríamos de aquel lugar, que seriamos siempre prisioneros en esa árida tierra de incomprensión y tristeza.
Abandonar esa miseria era para cada uno de nosotros una tarea épica, podríamos decir utópica. Pero Dios, es un Dios sorprendente. Tendió su mano y nos invitó a vivir con Él. Fue entonces, al cerrar los ojos y dejarnos guiar por su voz cuando comprendimos que la ventura había llamado a nuestras puertas.
Lo-debar quedó atrás. Nuestro pasado fue sepultado. Una nueva senda colmada de esperanza se abrió ante nosotros. Una vida repleta de oportunidades.
Yo no quiero volver atrás. Miro mis cicatrices y leo en ellas el transcurrir de los días tristes y funestos vividos en soledad.
Veo en esa tierra alejada las marcas difuminadas con lágrimas que en silencio fueron derramadas sin recibir consuelo.
Me encanta mi nueva morada. Me siento príncipe viviendo en palacio. Yo no deseo volver a Lo-debar. ¿Y tú?
(*) En 2 Samuel 9: 1-3 el Rey David llama al lisiado Mefiboset a su presencia para ser tratado como uno de sus hijos. Este Mefiboset había quedado inválido de ambos pies, se estima que a la edad de cinco años. Después que David fue establecido como rey sobre todo Israel, quiso mostrar misericordia hacia todos los que habían quedado de la casa de Saúl, aunque eran potenciales enemigos suyos. Así pues Mefiboset, lisiado y desamparado, incapaz de valerse por sí mismo, fue traido de su lugar de residencia: Lo-debar. El nombre Lo-debar tiene un significado muy curioso: sin pasto, sin frutos, una tierra árida, seca y desértica.
Fuente: revista la odisea
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