Una
misionera en Africa vio a un hombre desconocido vestido de pieles que
venía con una cabra. El depositó su lanza en el suelo, amarró a la
cabra, y le preguntó: “Señora blanca, ¿acaso ha llegado el Libro de Dios
a nuestro país?”
Ella le dijo: “¿Está usted interesado en el Libro de Dios?”-”Sí”-, respondió el hombre:
“mi hijo me trajo este pedacito de papel y me ha enseñado estas
palabras: De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito.
Yo oí que el Libro de Dios iba a llegar, he andado por cinco días, y he
traído esta cabra para pagar el precio del Libro de Dios”.
La misionera le entregó una Biblia, recorriendo en capítulo 3 de San
Juan y enseñándole las palabras del verso 16. “¡Oh, dame ese Libro!”
exclamó “y tú puedes llevarte la cabra”. Entonces, apretando el Libro a
su corazón, comenzó a andar de una parte a otra, diciendo:”El Libro de
Dios. El ha hablado. Dios nos ha hablado en nuestro propio idioma”.
Con gozo él volvió a su país lejano, donde ningún misionero había llegado, pero él llevó consigo el Libro de Dios.
¿Está usted tan interesado en el Libro de Dios como lo estuvo aquel pobre hombre de Africa?
Extraído de Fuego de Pentecostés Nº 225, Marzo 1948
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