Jiménez es ministro ordenado en la Iglesia Discípulos de Cristo. Nacido en Puerto Rico, ha dictado conferencias sobre homilética de la predicación en Estados Unidos, Canadá, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica, México, República Dominicana, Venezuela y en su país natal, entre otros.
Predicar, en el lenguaje bíblico, supone anunciar públicamente el mensaje salvífico de Dios en la persona de Cristo. ¿Cómo predicar? Ese es el dilema , la alternativa. En un largo párrafo explicativo, Pablo A. Jiménez dice que “esto nos lleva a preguntarnos cuál podrá ser el futuro del sermón en el siglo XXI. Si comparamos los sermones que se escuchan regularmente en nuestras iglesias locales con los nuevos y excitantes medios audiovisuales disponibles hoy, veremos que el sermón está en peligro. Si consideramos que el contenido del sermón tiene que competir con los miles de mensajes contradictorios que transmiten los medios de comunicación masiva, concluiremos que lo que está en juego es la credibilidad del evangelio de Jesucristo”.
La sociedad está atravesando por cambios sociales profundos, pero desde los púlpitos no se tiene esto en cuenta. Seguimos dando a los fieles en el culto del domingo historias del Viejo Testamento que tienen poca aplicación a los problemas y a las necesidades de hoy. Lamentablemente, las nuevas teologías no han prestado la debida atención a la predicación.
Los sermones actuales siguen manteniendo el estilo que les imprimió San Agustín hace quince siglos: Introducción, proposición y conclusión. De ahí no se sale.
A pesar de las diferencias de los tiempos y de los cambios que impone la Historia, las preguntas en torno al arte cristiano de la predicación apenas han variado: ¿Qué es la predicación? ¿Cuál es su función? ¿Cuáles son sus fuentes teológicas y sociales? ¿Qué impacto debe tener la predicación en las iglesias a las que servimos?
El sermón tradicional se ha convertido casi en un monólogo. La persona que tiene encomendada la predicación en el culto dominical suele encerrarse y tomar notas en la soledad de su despacho. Conoce bien la Biblia, dispone los textos adecuados, pero no está en contacto con la calle, sabe muy poco de los problemas que los jóvenes de su congregación enfrentan desde el Instituto a la Universidad.
Todo predicador debería leer al menos dos periódicos diarios en el lugar donde viva. Luego, consultar la Biblia. Por una razón obvia. Los periódicos le dirán cómo va el mundo. La Biblia le dará la solución para las enfermedades que arrastra. No quedaríamos conformes si sólo entrar en la consulta del médico éste nos extendiera una receta. Protestaríamos. Razonaríamos: antes proceda a reconocerme y recéteme luego lo que estime adecuado a mi enfermedad.
La predicación del siglo XXI debe abrir la Biblia en el púlpito después de haber realizado un diagnóstico lo más completo posible del hombre moderno. Del hombre y de la mujer.
PREDICANDO A PERSONAS DEL SIGLO XXI Bill Hybels, Stuart Briscoe y Haddon Robinson son tres pastores estadounidenses que han unido sus puntos de vista en la formación del libro que lleva por título PREDICANDO A PERSONAS DEL SIGLO XXI.
Pretende ser una obra para pastores, maestros y miembros en general de las Iglesias. Continuando en la línea del libro anterior, los autores de éste insisten en que quienes ocupan el púlpito el domingo han de ser conscientes, responsables a lo máximo del auditorio que tienen delante. “Muchos tienen el corazón quebrantado –escriben-. Otros no están contentos con su puesto de trabajo. O su hogar está muy lejos de lo que habían soñado. Cuando las personas vienen a la Iglesia, vienen con sus problemas, y sus pensamientos borran las ganas de comer del menú de Dios”.
Ante esta situación, un cuadro real que se da en congregaciones de todos los países, el predicador ha de meterse en la mente de quien le escucha, hacer cuanto pueda para que su pensamiento conecte con el mensaje.
Mover la voluntad del oyente puede ser un segundo paso. En la mente del apóstol Pablo estaba el deseo de que quienes oyen el mensaje del Evangelio tengan una voluntad dispuesta (2ª corintios 8:12). Muchos cristianos llegan el domingo a la Iglesia con poca voluntad, algunos sólo por hacer acto de presencia, porque no se enoje el marido o casi forzado por la mujer. Esta voluntad de signo negativo hay que estimularla, ponerla frente al desafío de obedecer o no el mensaje del Evangelio.
Quienes apelan a las emociones de los oyentes, un estilo de predicación abusivo y unos predicadores que manejan la parte más sensible del individuo, abundan y hasta sobreabundan en nuestros días. Olvidan que la razón también es un don de Dios. Salomón pesaba las cosas una por una para hallar la razón de las mismas (Eclesiastés 7:27). Y David pedía a Dios que escuchara las razones de su boca (Salmo 54:2). Léanse las parábolas de Jesucristo. Léanse las epístolas de Pablo. ¿Acaso unas y otras no constituyen llamamientos constantes a la razón? ¿No pretenden estimular, despertar el pensamiento?
Predicar sermones cargados de emoción enternecen, aunque carezcan de base bíblica, como suele ser habitual. Predicar sermones para lograr que las personas piensen y razonen sobre el sentido de la vida y los misterios de la fe cristiana, es más difícil. Lo es, entre otras razones, porque este tipo de predicador piensa poco, razona menos, y al prescindir del estudio serio, profundo del texto bíblico, sólo le queda eso: jugar con las emociones de sus oyentes, que siempre están a flor de piel.
Más delito tienen los predicadores que recurren al chiste, al humor para procurarse la aprobación de la gente. Hacer reír es mucho más fácil que hacer llorar. Y si no logramos que la gente llore, al menos intentemos que piensen.
Los tres autores del libro concluyen su trabajo con este consejo, válido en cualquier circunstancia: “Estudiar la Palabra, no vacilar y proclamarla con convicción. Ser un canal para que Cristo toque a las personas. Esta es la tarea y el deseo de quienes se esfuerzan para que su predicación llegue a las mentes y a los corazones de sus contemporáneos”.
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