¿Por qué se apartan los jóvenes educados en los principios del Evangelio? ¿Son ellos los únicos culpables?
Las estadísticas que me llegan del protestantismo
norteamericano son inquietantes. De cada 100 niños educados en las
escuelas bíblicas dominicales, 69 abandonan la Iglesia al llegar a la
adolescencia o poco después, es decir, cuando ya los padres no pueden
llevarlos de la mano al culto.
Un alto porcentaje de esos 69 desertores son hijos de pastores y de líderes espirituales de las congregaciones.
El censo incluye a todas las denominaciones, si bien las llamadas fundamentalistas consiguen retener en la Iglesia a un mayor número de jóvenes que las denominaciones conocidas como liberales.
Quienes se preocupan por el estudio de esa dramática situación aseguran que las iglesias evangélicas de la Europa occidental el problema es más grave aún que en Estados Unidos. La membresía aquí se compone, en una gran mayoría de adultos y ancianos.
¿Qué está ocurriendo en España? Nadie se ha atrevido aún a realizar una encuesta sobre la religiosidad de los jóvenes evangélicos españoles. La inmensa problemática que presenta la juventud actual, la avalancha juvenil de modos y exigencias nuevas, debería llevar a los líderes denominacionales españoles a una intensificación de la reflexión a nivel congregacional.
Plantar el espejo frente al púlpito, conocer las edades de quienes ocupan los bancos y actuar en consecuencia.
Hijos de pastores, hijos de predicadores y evangelistas, hijos de diáconos, hijos de dirigentes congregacionales, en suma, hijos e hijas de matrimonios respetados en las iglesias por sus muchos años de militancia, de trabajo, de entrega, reconocidos por su espiritualidad no fingida, están abandonando las congregaciones y, peor aún, dejando de creer en todo lo que un día se les enseñó.
¿Por qué se apartan los jóvenes educados en los principios del Evangelio? ¿Son ellos los únicos culpables? ¿Hay que buscar las causas en los hogares? ¿Es responsable la congregación local? El problema es complejo . Aquí se expone, pero no se pretende hallar soluciones.
Por lo que sabemos de Job, fue un hombre admirable en todos los sentidos
Moral, recto, espiritual, respetuoso y cumplidor de las leyes de Dios, creyente, consagrado hasta la santidad. Sin embargo, sus hijos no seguían sus pisadas.
Tenía siete hijos y tres hijas. Mucho se ha escrito sobre los hijos de Job. Los comentaristas de la Biblia están de acuerdo en que no eran ejemplo de virtud religiosa, más bien de todo lo contrario.
Job se levantaba cada mañana y ofrecía sacrificios por sus hijos pensando que “quizá habrán pecado y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones” (Job 1:5).
La angustia paterna de Job es compartida hoy mismo por grandes hombres de Dios, desde los más conocidos como Billy Graham, Oral Robert, y otros, hasta el anónimo pastor de aldea.
¿Cómo es posible que abandonen la fe hasta el punto de la blasfemia jóvenes que han vivido en hogares piadosos? ¿Qué ocurre para que de un hombre tan entregado a Dios como Job resulten hijos que lleguen a blasfemar el nombre de Dios? ¿Cuáles son las causas? ¿Dónde están las soluciones? Yo no las tengo.
Pero lo planteo.
Un alto porcentaje de esos 69 desertores son hijos de pastores y de líderes espirituales de las congregaciones.
El censo incluye a todas las denominaciones, si bien las llamadas fundamentalistas consiguen retener en la Iglesia a un mayor número de jóvenes que las denominaciones conocidas como liberales.
Quienes se preocupan por el estudio de esa dramática situación aseguran que las iglesias evangélicas de la Europa occidental el problema es más grave aún que en Estados Unidos. La membresía aquí se compone, en una gran mayoría de adultos y ancianos.
¿Qué está ocurriendo en España? Nadie se ha atrevido aún a realizar una encuesta sobre la religiosidad de los jóvenes evangélicos españoles. La inmensa problemática que presenta la juventud actual, la avalancha juvenil de modos y exigencias nuevas, debería llevar a los líderes denominacionales españoles a una intensificación de la reflexión a nivel congregacional.
Plantar el espejo frente al púlpito, conocer las edades de quienes ocupan los bancos y actuar en consecuencia.
Hijos de pastores, hijos de predicadores y evangelistas, hijos de diáconos, hijos de dirigentes congregacionales, en suma, hijos e hijas de matrimonios respetados en las iglesias por sus muchos años de militancia, de trabajo, de entrega, reconocidos por su espiritualidad no fingida, están abandonando las congregaciones y, peor aún, dejando de creer en todo lo que un día se les enseñó.
¿Por qué se apartan los jóvenes educados en los principios del Evangelio? ¿Son ellos los únicos culpables? ¿Hay que buscar las causas en los hogares? ¿Es responsable la congregación local? El problema es complejo . Aquí se expone, pero no se pretende hallar soluciones.
Por lo que sabemos de Job, fue un hombre admirable en todos los sentidos
Moral, recto, espiritual, respetuoso y cumplidor de las leyes de Dios, creyente, consagrado hasta la santidad. Sin embargo, sus hijos no seguían sus pisadas.
Tenía siete hijos y tres hijas. Mucho se ha escrito sobre los hijos de Job. Los comentaristas de la Biblia están de acuerdo en que no eran ejemplo de virtud religiosa, más bien de todo lo contrario.
Job se levantaba cada mañana y ofrecía sacrificios por sus hijos pensando que “quizá habrán pecado y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones” (Job 1:5).
La angustia paterna de Job es compartida hoy mismo por grandes hombres de Dios, desde los más conocidos como Billy Graham, Oral Robert, y otros, hasta el anónimo pastor de aldea.
¿Cómo es posible que abandonen la fe hasta el punto de la blasfemia jóvenes que han vivido en hogares piadosos? ¿Qué ocurre para que de un hombre tan entregado a Dios como Job resulten hijos que lleguen a blasfemar el nombre de Dios? ¿Cuáles son las causas? ¿Dónde están las soluciones? Yo no las tengo.
Pero lo planteo.
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