La manipulación en las iglesia es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.
En su sentido que nos interesa, se define como «acto de intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros en la política, en el mercado, en la información, etcétera, con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses particulares». Esencial al concepto es el irrespeto a la persona, al derecho y la autodeterminación de su víctima. Manipular es jugar con el pensamiento, sentimiento y conducta de otras personas.
Cultura de manipulación
Un buen punto de partida puede ser un análisis psicológico del fenómeno de la sugestión. Aquí el sentido de «sugestionar» que nos interesa es el proceso psicológico mediante el cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La guía de psicología, «la sugestión es un estado psíquico provocado, en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de experimentar las que se le indica que no sienta».
Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; «por debajo del umbral de la conciencia»). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La propaganda política gasta millones de dólares para llevarnos a pensar, sin más razones que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el caso. En los ochentas, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era fumador y los dos son muy diferentes). Adolfo Hitler, junto a su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, perfeccionó la ciencia de la propaganda para conducir al mundo a la guerra. El mandamiento de Jesús: «Mirad, pues, cómo oís» (Lc 8.18; Mr 4.24)1, nos impone el deber de permanecer alertas y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.
Pastores manipuladores
Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también se practica sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier persona psicóloga, competente en estos temas, lo podría reconocer y analizar.
Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que «hay una tremenda unción aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí»? Cabe la sospecha legítima de que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas. Queda sumamente vago en qué consiste esa «unción», ¿cómo saben que está presente?, y ¿cómo puede ser tan predecible e invariable? Jesús afirmó que el Espíritu sopla donde quiere; verdad que Lutero parafraseó: «el Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere» y no cada vez que nosotros lo decidamos, para que después produzcamos por sugestión las sensaciones correspondientes.
Otra forma de manipulación, el chantaje, consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las personas. En el sentido más amplio, «el evangelio de las ofertas» y «la teología de la prosperidad», cuando se emplean para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), califican como chantaje o extorsión. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoísmo, como cuando se «profetiza» un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras («serás el Billy Graham del siglo XXI»). Muy comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les provocan mucho daño.
Intimidar a la gente
Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del chantaje: «o te sometes, o te maldigo». Por falsas que sean, estas maldiciones ejercen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las personas. De esas maldiciones he hablado en otros artículos: «Apóstoles y profetas que juegan con maldiciones» y «Una iglesia abusiva»2. A veces estos «profetas» convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida anterior de los acusados.
Muy generalizada en nuestros días es la teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta o pastor) que condena y prohíbe toda crítica. Es un autoritarismo a ultranza más cercano a la curia romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse, comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o rechazarlo o renunciar a él), para todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta).
El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es Mateo 7.1: «no juzguéis, para que no seáis juzgados». Otras maneras sagradas son «no toquéis al ungido del Señor» o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó (vea el artículo «No toques al ungido de Dios», en DesarrolloCristiano.com).
Cuidar el testimonio
Se olvida que Mateo 7.1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7.3–5; cf. Ro 2.1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de ovejas (7.15) y a conocer a todos por sus frutos (7.16–20), no por su palabrería espiritual (7.21–23). Según Juan 7.24 Jesús nos manda «juzgar con justo juicio» (cf. Lc 7.43; cf. 12.57); a los corintios, San Pablo les exhortó a «juzgad vosotros mismos» (10.15; 11.13) y les avisa que «el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie» (ni de «apóstoles» ni de «profetas»; 1Co 2.15; cf. 1Jn 2.27).Con la supresión antibíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para manipular a sus feligreses. Dato curioso es que estos líderes (profetas, «apóstoles»), al igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin permitir que otros los critiquen a ellos.
Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, su pensamiento y sus acciones.
El camino más difícil
Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, por lo que, en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época, muchas personas buscan la seguridad en autoridades que piensen por ellos. Pero eso no es sano y no es la voluntad del Señor.
Fuente: Desarrollo Cristiano.com
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