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Si estos pensamientos y estas palabras son oportunas, reflexione sobre ellas y, con la ayuda del Espíritu Santo, actúe con conciencia. Creo de todo corazón que son el mapa de carreteras digno de confianza para llegar a su vida y su familia.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA FE MUEVE LA MANO DE DIOS

Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Marcos 4: 35, 40.).
La necesidad no mueve a Dios, solo la fe mueve la mano de Dios.
Voy a contarte un secreto. A Dios no lo mueve la necesidad. Oíste eso? 
Es inútil que cuando trates de orar, quejándote,  te duelan las rodillas, o le digas que ya no soportas más, o que no mereces vivir esta situación o que llores hasta que no te queden lágrimas.

A Dios lo mueve tu fe.

La nave de los discípulos parece que va a darse vuelta como una frágil cáscara de nuez. Las olas sobrepasan el barco y el mar se ve más enfurecido que de costumbre. Los hombres tienen pánico, pero Jesús descansa plácidamente en el camarote.

Uno de ellos, se harta de esperar que el Maestro deje de roncar. Y lo despierta de un sacudón.

Maestro! No ves que perecemos? No te da un poco de lástima que nos estamos por ahogar? Cómo se te ocurre dormir a bordo del Titanic? No podrías tener un poco de consideración con tus apóstoles?

Será mejor que los discípulos sepan, desde ya, que este día no figurará en ningún cuadro de honor. Esta no será el tipo de historia con las que futuros ministros armarán sus mensajes. Si querían aparecer retratados en la historia grande de los valientes de la fe, tengo que comunicarles que han errado el camino. De este modo, no se llega a Dios.

No conmoverán al Maestro con un sacudón y gritos desaforados. La histeria no enorgullece al Señor Jesús. Puedo asegurarles que Pedro, Juan y otros tantos querrán olvidarse de este episodio, y jamás les mencionarán a sus nietos que esto ocurrió alguna vez.

Pese a lo que hayas creído todos estos años, la necesidad, tus quejas, insisto, no mueve la mano de Dios.

El Señor se levanta un tanto molesto. Este es su único momento para descansar en su atareada vida ministerial. Y estos mismos hombres que presenciaron como resucitó muertos y sanó enfermos, lo despiertan de un descanso reparador, por una simple tormenta en el mar. Se restriega los ojos, mientras trata de calmar a quien lo acaba de despertar de un buen sueño profundo.

-No tengan miedo –dice, mientras bosteza.

El Señor sale del camarote y ordena a los vientos que enmudezcan. Y al mar que se calme.

Hombres de poca fe –dice, antes de regresar a la cama.
 Uy. Eso si que sonó feo. 
No quisiera irme a dormir con esas últimas palabras del Señor acerca de mi persona.
Pensaron que les daría unas palabras de aliento. O que les diría que la próxima vez no esperen tanto para despertarlo. Quizá que mencionaría que para el próximo viaje, se aseguren una mejor embarcación, o que chequeen si hay suficientes botes salvavidas. Pero sólo les dijo que fallaron en la fe.
Alguno de ellos, cualquiera, debió haberse parado en la próxima y decir:

-Viento! Mar! Enmudezcan en el nombre del Señor Jesús que está durmiendo y que necesita descansar!

Esa sí hubiese sido una buena historia. Los ministros hubieran aprovechado ese final para sus mejores sermones.
Es que, sólo la fe es la que mueve la mano de nuestro señor y salvador Jesús.

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