Cuando las sombras de la muerte arrebatan nuestros amores, un puñal se clava en nuestro corazón.
El dolor moral es tanto, la sensación de pérdida es tan grande que todo el cuerpo se retesa y siente dolores.
En la medida que las horas avanzan y los días se suceden, melancólicos, la ausencia de la persona amada se hace más dolorida.
Entonces, revolvemos nuestros recuerdos y del banco de datos de nuestra
memoria, sacamos los momentos felices que juntos disfrutamos.
Recordamos de los viajes, de las pequeñas cosas del día a día, de los cumpleaños, de las tonterías.
Y hasta de las discusiones por los pequeños choques verbales que ocurrieron a lo largo de los años de estrecha convivencia.
Si el ser amado es un hijo nos quedamos a recordar los primeros pasos,
las palabras iniciales, los balbuceos. Y la noche de añoranzas se puebla
de escenas que volvemos a revivir y sentir.
Recordamos el día de la graduación, las fiestas con los amigos, las
inquietudes antes de las entrevistas del primer empleo. Tantas cosas a
recordar...
Accionamos nuestros recuerdos y como en una película las escenas se
suceden, una tras otra, mientras un torrente de lágrimas vierte de
nuestros ojos.
Cuando se trata del cónyuge nos viene en mente los días de seducción,
los muchos besos robados aquí y allí, las manos entrelazadas, los miles
de gestos en la intimidad...
En la tela mental, rehacemos pasos, actitudes, momentos de alegría y tristeza, vividos juntos y vencidos.
Padres, hermanos, amigos, colegas. A cada partida añadimos un ítem más en la estadística de nuestra añoranza.
Y todo nos parece difícil, tenso. La vida se vuelve más compleja sin
aquellos a quienes amamos y que constituían la alegría de nuestros días. Nos vestimos de tristeza y desaceleramos el paso de nuestra propia existencia.
¿Cómo encontrar motivación para el proseguimiento de las luchas, si el amor partió?
¿Cómo seguir caminando por las vías de la soledad y de la añoranza?
* Por eso, no contribuyamos para su tristeza, quedándonos entristecidos.
Ellos, que nos amaron, siguen amándonos con la misma intensidad y anhelan nuestra felicidad.
Por eso nos visitan en las alas del sueño, mientras dormimos y recuperamos nuestras fuerzas físicas.
Por eso nos abrazan en los días festivos. Nos transmiten ternura con sus besos de amor.
Si, ellos nos visitan. Acompañan nuestra trayectoria y con certeza
sufren con nuestra falta de resignación, por nuestra desesperación.
Ellos están emancipados de la carne porque ya cumplieron la parte que
les estaba destinada en la Tierra: niños, jóvenes, adultos o mayores.
Cada cual tiene su tiempo, determinado por las sabias Leyes Divinas.
Cuando los dolores de la ausencia se hagan más intensos, ora y pide a Dios por ti y por tus amores que partieron.
Dios que es el amor por excelencia, te permitirá el reencuentro por los
hilos del pensamiento, por las filigranas de la oración, en la intimidad
de tu mente y de tu corazón.
Utiliza esa posibilidad y vive con nobleza los años que aún te quedan sobre la Tierra.
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