
Muchas veces en nuestra carrera como cristianos nos sentimos como si lleváramos una mochila bien pesada por el desierto a pleno mediodía. Miramos el camino adelante y no le vemos el final; miramos a nuestra izquierda y a nuestra derecha y no vemos a nadie junto a nosotros. Nos sentimos solos, cansados y turbados.
Ciertamente, ninguno de nosotros es inmune a esto siempre, pero la Biblia nos lleva ese pensamiento y ese sentir a Jesús, nuestro Señor y Salvador, para recobrar las fuerzas y no desmayar. Nos enseña que: (1) Jesús es quien nos conforta y fortalece, y (2) que no corremos solos aunque a veces así parezca.
1. Jesús es quien nos conforta y fortalece
En Hebreos 2:18 el autor nos dice:
“Pues por cuanto El mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” (Heb. 2:18)
Podríamos agregarle que no solo en socorrernos en la tentación, sino que también en nuestros problemas y desmayos. ¿Por qué? Porque “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.” (Heb. 4:15).
Siendo perfecto, sufrió tentación y dificultades al igual que nosotros para ser el único capaz de darnos el consuelo perfecto, ese consuelo que no solo nos anima sino que nos alegra y nos devuelve el gozo de tenerle a Él.